Por primera vez,
no tenías nada que decir.
Nada más.
Yo temblaba,
me mordía las lágrimas.
Ni una más.
Esto ya había ocurrido.
Lo recordaba.
Lo recordaba, como morir en un sueño.
Cada detalle, cada palabra.
Ya había ocurrido
y sin embargo ahí estabas otra vez,
en silencio,
decepcionada.
Pero es muy delgada la línea que separa
la ingenuidad de la mentira.
La revelación te cogió desprevenida.
O eso dices.
O no lo dices.
Porque, por primera vez, no tienes nada que decir.
Por primera vez desde mayo
no hay respuestas ni alegatos.
Sólo cansancio.
Sólo cansancio.
Porque esto ya había ocurrido
y yo no hago más que mirar el reloj,
que se ha parado,
y no siento latir el corazón,
pero sigue funcionando.
Como un reloj.
Preciso, infatigable.
Como este empeño nuestro
por conducir a cien kilómetros por hora
hacia ese muro de cemento.