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Todos los fantasmas que dejé atrás
y toda la gente que tuve que abandonar
se asoman por una rendija
a esta nueva vida
que una vez creía más allá de lo imposible.

Todos quieren ahora refugio en mis dominios,
pero no pueden pasar;
no puedo dejarlos pasar
porque, de todas formas,
ya soy otro
y no me conocen
y no tenemos nada de qué hablar.

Y no sé si llegué aquí gracias a ellos
o a pesar de ellos;
pero ahora la calma duerme a mi lado
y al despertar me regala el abrazo más cálido
que puedo recordar.
Y eso es suficiente para olvidar
si estoy en deuda con alguien, o con algo,
o incluso con ella.

Ahí, en un rincón, hay un niño
que me mira y asiente:
«Es lo que siempre quisiste.
No mires atrás demasiado,
pero no me olvides».

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