Al trastero

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Y de repente,
el sol no es un enemigo,
y tu espalda desnuda
es el único calmante que necesito.

Después de trescientas noches,
empiezo a entender por qué estoy aquí.
Nada sosiega la ira como un abrazo a tiempo,
aunque este miedo sea mi hermano gemelo,
o el hermano que no siempre tuve.

Pero esto tú ya lo sabías.
Lo que hay en el doble fondo de la maleta,
las vendas usadas
(tan rojas como el corazón de las tinieblas),
los versos que no me atreví a escribir
y los que desearía no haber escrito,
los fantasmas de la soledad
y la soledad entre fantasmas,
o incluso entre seres de carne y hueso.

Mucho de eso sigue intacto,
incorrupto;
embalsamado en un ataúd
hecho con los huesos de mis costillas.

Todo murió, pero todo sigue aquí.
Ahora contemplamos juntos la maleta
y nos encojemos de hombros,
y me ayudas a subirla al trastero
junto al resto de las cosas que no necesitamos
(y que ya no nos necesitan).