Sabes que puedes ir mucho más allá,
que todo lo que creías sobre muros y rejas
y burbujas de aire
era falso.
Una enfermedad.
Ya solo queda el eco del miedo,
como una advertencia retrospectiva,
como una amenaza en la sombra
en noche cerrada.
Pero eso es más que suficiente
para hacerte temblar
y recordar cada una de las cicatrices,
todo el tiempo perdido,
las conversaciones en soledad.
Cuando todo lo que querías estaba fuera
pero no te atrevías a salir.
Ahora eres otro (o eso te dices).
Ahora nada puede hacerte daño
(y eso es mentira).
Ahora que el mundo vuelve a girar en torno a ti,
entiendes que el mundo nunca te estuvo esperando;
que aquí también hay muros y rejas
y burbujas de aire,
y que nadie sale vivo.
Quizá seas el primer inmortal.
Quizá no.
Probablemente, posiblemente no.
Pero qué más da;
sin ellos a tu lado,
el mundo es un infierno.
Sin sus caricias y sus besos,
la piel es solo un traje,
y ni siquiera tu favorito.
Más allá o más acá,
no importa.
Solo ellos,
solo ellos importan.