Escojo rostros al azar.
Así todo es más fácil, creedme;
aunque cada rostro cuente una historia
y para mí todas las historias sean de terror.
Todos somos muñecos rotos
y esas líneas de puntos en nuestras muñecas
son las que en otro tiempo quisimos unir.
*
En este hotel, a las cinco de la mañana,
lo que queremos unir son las ganas
de no perder la oportunidad.
Follamos como si no tuvieras que irte.
Como si me importara que te fueras.
Pero te irás.
Si estamos aquí es sólo porque sabemos
que no te puedes quedar.
*
Nos revolcamos como animales
bajo estas palmeras sin oasis.
Tú tanteas el terreno,
has intuido que aquí no se puede construir.
Para mí el oasis es que no haya consecuencias.
Pero las hay, y salgo corriendo.
Quiero estar aquí, ahora, y no estar mañana.
*
Me enseñaste un decálogo
de la autodestrucción.
Te dije que podríamos vivir en cada capítulo,
y en cada capítulo entregar la capitulación.
Con el epílogo perdimos el control,
y sin control llegaron dos meses envenenados
y una llamada de teléfono.
«¡Por favor, no me eches de tu vida!
Ahora no. Por favor».
Y no paro de preguntarme en qué momento te dejé entrar.
O si entraste porque viste puertas y ventanas abiertas.
Se me olvidó advertirte que siempre están así.
No para que tú pudieras entrar;
las abro todas por si yo quiero salir.
*
Nuestro juego favorito;
ninguno de los dos existe.
Soy transparente y no te miro a los ojos.
Y tarde o temprano nos estallará en la cara.
Anidaremos restos de látex en la perpejlidad
del que sabía que esto iba a pasar.
Y nos diremos «te quiero», y sonará convincente.
Y nos diremos «por aquí no», y por ahí seguiremos
hasta que otra mina en el camino nos despedace.
*
He leído que vuelves desde el más allá
con las mismas intenciones
que nos drenaron las lágrimas en el más acá.
Ahora finges estar fingiendo.
Yo juro y perjuro que ya no nos tengo miedo.
Nos dormimos entre violines, y entre otras melodías
que no nos gustan.
Como saltar al vacío, que tampoco nos gusta.
El sol quema en vertical
y otra vez nos abrasa.
Ni siquiera voy a esperar al Señor Juez.
Me arrastraré sobre las serpientes de mis tripas
hasta la celda de las excusas preventivas.
Esperaré.
Y volverás a marcharte.
Y volverás.
*
Tenemos tantas cosas en común
que no significan nada.
Salvo los escombros tras la demolición.
Esos encajan…
en cualquier ruina.
En la tuya, en la mía.
Nacimos el mismo día y eso, dices,
tiene que significar algo.
Dios no tiene tantos dados
como los millones de mutaciones que nos trajeron hasta aquí.
Pero yo sé que es la más pura casualidad.
Buscas señales en el cielo.
Las encuentras.
Mira dentro de mi pecho
y dime si te encuentras.
Busca, corazón.
No hay corazón.
*
Y el rostro siguiente aguarda
agazapado en una caja de cristal.
Me convenzo de que es el momento de detenerlo,
pero ya he abierto la caja
con mi traicionera mano izquierda.
El rostro me mira, inquisidor.
«¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde esta vez?».
Le señalo un laberinto con forma de espiral.
Acepta el reto.
Allá voy.
Vuelvo a cambiar de disfraz.
Vuelvo a saltar.