El martilleo constante de una pelota
contra el muro que separa las horas de la eternidad.
Los pies descalzos, la cama sin deshacer,
el frío artificial con sabor a plástico.
Juegos de palabras aburridos
para tumbar el castillo de naipes del aburrimiento mismo.
Estos colmillos afilados envenenan la manzana.
Supuran ácido.
Pero hoy no es buen día para morir.
Tampoco lo será mañana.
No es buen día para llevarnos bien.
Esconde las armas.
Te utilizo de diana cuando no sé qué hacer,
y cuando no sé qué hacer rompo la baraja.
Equidistante de la juventud y de la ausencia,
soy el reflejo de botellas llenas
de pequeñas piedras blancas.
Nunca son suficiente(s).
No quiero nadar, ni quiero vestirme.
Quiero entrar desnudo en el arsenal de tu cabeza.
Sentir el latigazo eléctrico del desengaño,
y dormirme de entumecimiento.
No entiendo de casi nada,
pero sé que estaré toda la puta vida
intentando comprenderte.
Como el que observa la danza errática
de una mosca con el cristal.
No se rinde.
Nunca se rinde.
Cree que cada golpe es contra un cristal distinto.
E insiste.
Ojalá te cansaras de mirarme,
y ojalá yo me cansara de hablar.
Ojalá no hiciéramos del desencuentro
una forma de arte.
Ojalá no lo disfrutáramos.
Ojalá no fuéramos tan perfectos.