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A menudo me pregunto lo que nadie se pregunta. Y me convenzo de que los gatos tienen tres patas, y cada pájaro que veo volar me parece una bandada de cien. Y tal vez no sea así, pero aquí, en mi refugio, puedo cambiar las reglas. Todas las reglas.

Fue aquí, en esta misma ventana desde la que contemplo el sinsentido de todo lo que hay más allá, donde se posó uno de aquellos pájaros. Tenía un ala rota. Le ofrecí mi mano temblorosa como abrazo. Le vendé el ala rota y le curé otras heridas de las que no se quejaba. Pasó el tiempo. Se quedó conmigo. Parecía contento de vivir aquí. Un día le vi mirando a la ventana. Luego me miró a mí. Y otra vez a la ventana. Se la abrí. Se la abrí de par en par.

-Ven conmigo, dijo.

Al oírle sentí que toda la tristeza que alguna vez había anidado en mi corazón, toda la que conocí antes de aquel día en que el pájaro se posó en mi ventana, se condensaba en una sola respuesta:

-Pero yo no sé volar. Ni siquiera tengo alas. Si salto contigo me mataré.

El pájaro miró de nuevo a la ventana.

-Ciérrala, dijo. Vamos, ciérrala.

La cerré y entonces el pájaro alzó el vuelo. Voló en círculos por toda la habitación. Cada vez más rápido, cada vez aleteando con más fuerza. En el último aleteo cambió de dirección y fue a estrellarse contra la ventana. Cayó al suelo. Yo corrí hacia él y, como el día en que apareció en mi ventana, lo tomé entre mis manos.

-¡¿Por qué has hecho eso?! ¡¿Por qué?! Te has vuelto a romper el ala. Y no había sanado del todo, no sé voy a poder curarte otra vez. ¡¿Por qué lo has hecho?!

Lo dejé con cuidado encima de la mesa y corrí al botiquín. Volví con vendas, algodones y unas pequeñas tijeras. Al ir a vendarle el ala la apartó. No me dejaba sujetarle. A pesar del dolor que eso le provocaba, la apartaba de mis manos una y otra vez.

-No. No me la cures. No me la vendes. Déjala así. Si me curas ese ala y vuelves a abrir la ventana tendré que salir volando. Es mi naturaleza. Volar. Si no volara podría quedarme aquí contigo. Me gusta estar contigo.

-Pero eres un pájaro. Tienes que volar. ¿Qué es un pájaro si no vuela?

-No sé lo que es un pájaro que no vuela, y no me importa lo más mínimo. Pero sí sé que yo, este pájaro que ahora ya no vuela, tiene un amigo. Si vuelo y me voy, no lo tendré. ¿Qué es un pájaro sin un amigo?

-Podrías venir a visitarme. Puedes irte, y volar, y luego volver. Si quieres dejaré todas las ventanas abiertas. Siempre abiertas.

-No sería lo mismo. Si hiciera eso no podríamos hablar…

Volvió a mirar a la ventana.

-Aunque hay algo que no entiendo. ¿Si querías que me fuera volando, por qué me estrellaste contra la ventana?