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Escribo porque todo esto que siento -quizás todo lo que he sentido jamás- respira tinta y no oxígeno. Tinta negra, casi siempre. A veces azul, a veces roja, o cualquier otro color que de todas formas no puedo distinguir. Ciego para los colores. Ciego para los sentimientos. Tal vez las conexiones sinápticas que mezclaron los colores en mi cerebro llegaron hasta el núcleo del corazón y también mezclaron cada sentimiento. Desde entonces sólo alcanzo a saber que hay colores a mi alrededor, pero no qué colores hay. Que hay sentimientos dentro de mí, pero no sé cuáles. El amarillo se parece al verde, el amor se parece al calor de los abrazos que no siempre tuve o a los besos que no siempre di (o me dieron). El rojo bordea el marrón, el miedo me llena los ojos de tristeza. El azul es igual que el morado, echar de menos también es miedo. Rosa, añil, ocre, celeste, beige, compasión, rabia, envidia, desesperación, culpa… ¿Qué cuadro podría pintar con eso un pintor mucho más diestro que yo? ¿Un ensueño al óleo o una acuarela de pesadilla? Yo vuelvo al negro, que en realidad no es un color. O al blanco, cuando sé que estoy contento y no necesito preguntarme por qué lo estoy. Por eso me gusta la luna llena, y me gustan las nubes que no anuncian tormenta, y dormir con todo abierto. Y me gusta el negro, porque todo lo que pinté de negro hace demasiado tiempo ahora me es tan familiar que nos entendemos bien. Y están los grises, mis favoritos; mitad blanco, mitad negro. Sensaciones mestizas con las que debí pintar toda mi vida si no me hubiera empeñado tanto, tantas veces, en enseñar un solo color.
Pero eso se ha acabado. Aunque quisiera, ya no podría seguir haciéndolo. Aunque me empeñara, el efecto sólo duraría unas horas. Ha llegado el momento de no engañar a nadie, porque llegó el momento de no engañarme a mí mismo. Subo desnudo al escenario, las luces blancas consiguen que todo lo demás torne negro. No sé si todos me miran, si se ríen, se admiran o se aburren. Yo sólo puedo hacerlo lo mejor que sé, que es lo mejor que puedo (o quiero). Bienvenidos al espectáculo de mi fragilidad. De gira por tiempo indefinido. Todavía quedan entradas.