Esta mañana lo recordaba todo,
pero tú estabas ahí, de pie,
y en tu maquillaje pude ver que no recordabas nada.
Que no eres la misma.
Que lo que anoche me mostraste
vuelve a estar oculto.
Que ahora, y hasta nuevo aviso,
sólo muestras lo que ya me sé de memoria;
lo que de memoria he recorido una y mil veces.
Lo peor es este silencio
y la sonrisa neutra en tus labios.
La habitación está ardiendo y tú sigues ahí,
cruzada de brazos,
esperando que algo pase,
esperando que yo diga algo.
No consigo encontrar la salida de incendios.
Balbuceo tu nombre y extiendo los brazos hacia ti,
y no llego a tocarte,
y tu sonrisa ha tornado en gesto impaciente.
«¿Qué quieres de mí?», me gritas.
«¿Qué quieres de mí?».
Sólo quiero que recuerdes
y que el recuerdo haga que te quedes.
Que desaparezca el maquillaje,
que no termines de vestirte.
Y que, si no encontramos una salida,
nos entreguemos juntos al incendio.
Juntas nuestras manos.
Juntas nuestras cenizas.