Ha empezado a llover.
Las gotas golpean contra la ventana
y ya puedo sentir el cosquilleo en la sien.
No me da miedo la lluvia,
ni siquiera cuando resbala por tus mejillas;
pero temo a los presagios y a los deseos que se cumplen.
Aunque a veces solo desee estar equivocado.
En realidad, lo único que tengo que hacer es abrazarte.
Abrazarte, solo eso.
Todo lo demás es la historia que escribo con la mano izquierda.
La que no va a leer nadie.
Ni siquiera tú.
Ni siquiera yo.
Una vez te dije:
«Descríbeme el aspecto de mi sonrisa
o el mejor recuerdo que conserves de mí.
Porque no te compraría
el mejor recuerdo que conserves de mí».
Pero ya no lo pienso.
Ahora que fabricamos nuevos recuerdos,
pienso guardarlos y protegerlos con mi propia vida.
Que me ayuden a entender que los presagios,
si alguna vez se cumplieron,
lo hicieron solo en parte.
Que si hubo abrazos como estos,
bien valieron estar abocados al desastre.
Somos estrellas fugaces.
Ahora lo sé y lo acepto.
Pero, mientras estemos cruzando el cielo,
brillaremos con una luz cegadora
para que todos sepan que no hay riqueza en el mundo
que pueda comprar nuestros recuerdos.