Me acerqué a aquel niño rubio y me miró, desconfiado.
Le pregunté: «¿Qué necesitas? ¿Qué puedo darte?».
Pero no me respondía.
Seguía jugando con sus muñecos y sus amigos imaginarios.
Me recordaba tanto a mí.
Su mirada triste, su melancolía.
Y sus pensamientos no estaban allí;
volaban lejos, hasta la misma raíz del miedo.
Me preguntó: «¿Puedes protegerme?».
Y entonces fui yo quien guardó silencio.