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La noche pintaba gris oscuro, pero Enrique pronto entendió que si la compañía es la adecuada, las cosas siempre salen bien. Se alegraba de que al final Elena hubiera venido a un concierto de «el triste». Se lo pasó en grande. En un momento dado le tiró de la manga de la camisa, como una niña que requiere atención inmediata: «¡Mira, mira! ¡Un banjo!». A Elena le gustaban los banjos y a veces, como esa noche, también los tipos que tocan el banjo.

Tris vino con su amiga Claudia, que nos contó que había nacido en el 95. Tenía los ojos abiertos como platos y observaba con sonrisa de exploradora a esa tribu milenaria que la rodeaba. «¿Por qué no baila la gente?», nos preguntó. Enrique ensayó algo parecido a una respuesta. Enrique siempre tenía respuestas, o eso creía él. Ella sí que bailaba. Como Elena, salió de allí casi convertida a la religión Vegasiana. También Tris. Enrique y él se abrazaban, bromeaban, se reían. De alguna manera, estar allí significaba algo más que ir juntos a un concierto. Ellos sabían por qué.

Cuando todo hubo terminado y los corazones bombeaban sangre «tan roja como un cabernet Sauvignon», se encontraron con Ruth. «Me voy al camerino», dijo. Ruth era una mujer de contactos. Pero para Enrique ya había sido más que suficiente. Elena y él salieron del local tropezándose con rostros conocidos cuyos nombres no alcanzaban a recordar. Se pararon un rato en la puerta a mirar más rostros de desconocidos lejanamente conocidos y pasado un rato emprendieron el camino de vuelta. Enrique pensaba en Ana, que debería haber estado allí. Le habría gustado. Aunque ya tendrían más ocasiones. También pensaba en el fantasma de las navidades presentes, que asistió al concierto en la más pura soledad, pegada a una columna del fondo de la sala. Solo, entre tanta gente…

A pesar de todo, a Enrique aquello le pesaba en el pecho; pero a veces los fantasmas trabajan tanto su soledad que terminan por encontrarla, y acaso merecerla. Pronto aquel fantasma de las navidades presentes sería el fantasma de las navidades pasadas. O ni siquiera eso. Porque dentro de muchos años lo único que Elena, Tris, Claudia, Ruth y Enrique recordarían sería aquel concierto de Nacho, vivido con intensidad y en la compañía adecuada. Eso era todo lo que había que recordar. Eso y que «siempre nos quedará, menos mal, Dry Martini y sexo anal».