He llegado a los confines del mundo que una vez conocí,
y no fue suficiente.
Atravesé un desierto. Y otro. Y otro más.
Pero no fue suficiente.
Llegué al borde de un abismo sin horizonte.
No fue suficiente.
Avancé sobre el vacío
como el funambulista que no tiene nada que perder,
y eso no fue suficiente.
Y además tuve miedo.
No sé si de caer.
No sé si de seguir adelante.
No sé si de no encontrar nunca
un lugar donde quedarme.
Vivo en un duelo permanente por las cosas que he perdido,
por las que no supe encontrar,
por las que compré y luego desprecié.
La comitiva funeraria que nunca descansa
y este réquiem eterno por un amor que no ha existido.
No hay plañideras.
Nadie viene conmigo.
A nadie le pedí que viniera.
Una vez te dije: «Me quedo contigo».
Pero no era verdad.
Quería creer que sí, que lo haría;
quería querer quedarme.
Pero en lo más profundo sabía que no era verdad.
No hay final. No hay meta.
Siempre es todavía.
Siempre. Y para siempre.