Un mar de incendios.
Una sola palabra y todo empieza de nuevo.
Abro los ojos; la misma claridad.
El mismo puto deseo de que sea otro y no yo
el que cargue con mis huesos.
Pero no te equivoques,
todo esto no tiene nada de poético.
Porque hay días en que la belleza no es posible.
Días en que mataría todo lo que alguna vez fue hermoso
por un poco de aire
o un sucedáneo del consuelo.
Te busco a ti, padre, entre desconocidos.
Voy con el cuchillo entre los dientes
y una sola palabra tallada en el pecho.
Te busco a ti, madre, en el rincón más oscuro del sueño;
pero hace demasiado tiempo que te enterré bajo mis silencios.
Y tú, hermano… ¿Dónde estás, hermano?
No podemos mirarnos a los ojos ni tomar juntos, al asalto,
todas las preguntas que parecían el comienzo de algo.
Un mar de incendios.
Mis pensamientos flotan en gasolina.
Lo sé, este no es el camino de vuelta.
Pero, si lo fuera, ¿adónde se supone que volvería?
¿A quién?
¿A qué momento?