He aprendido un par de cosas sobre la maquinaria celestial.
Y me siento más pequeño.
Y nada tiene ya demasiada importancia.
Pero no ha vuelto la calma,
ni el consuelo de saber que somos polvo de estrella
y al polvo volveremos.
Mientras tanto,
los hijos de los dioses menores celebran la vida
como después celebrarán la muerte.
Pero si yo resucitara,
si volviera caminando del laberinto de hielo que no tiene salida,
ninguno de ellos me creería.
El laberinto, aunque no lo sepan, aunque no lo crean,
sí tenía salida.
La imaginé y apareció.
Y al otro lado había una casa
escoltada por dos cerezos en flor.
El jardín que le dio nombre al verde
y un estanque, por si nos falta el aire.
Allí me quedé.
Allí te estoy esperando.