Etiquetas

,

Hoy no me reconocía en el espejo.
Aunque el gesto era el de siempre;
alguien ensimismado,
adicto sus propios pensamientos,
sometido a ellos.
El hombre bajo el yugo de la máquina.
Indefenso.
Pero no era a mí a quien miraba la imagen del espejo.
Ni a este rostro, ni a estas manos.
Sus pupilas se clavaban mucho más adentro,
y cortaban con la precisión de un bisturí
las arterias que unen corazón y recuerdos.

Entonces se ha hecho el silencio.
Gravedad cero.
La presión insoportable en los oídos
y las manchas de humedad sobre el disfraz de plomo
que todavía puedo llevar con cierto estilo.

No, no lo pienses.
No lo digas.
Sabías de sobra que llegaría este momento.
Habías comprado todos los billetes,
todos los pasajes,
y eso es lo que te susurra ese tipo del espejo.
Que ya no estás aquí.
Que ya partió el transbordador espacial
contigo dentro.