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Estas páginas son gruesas,
pero aún queda algo de sangre corrosiva para atravesarlas
y dejar trás de sí todas estas huellas.
Como jeroglíficos en rojo oscuro, casi negro.
Como rastros de carbón después de purgar en la pira funeraria
los pecados de la raza humana.
Tras la ceremonia
que cada cual cargue con los suyos en los bolsillos.

Ahora, empecemos por el principio.
Desde el cálido cosmos amniótico,
donde nada te puede tocar
-ni siquiera la memoria-,
hasta los barrotes de la cuna y todas las demás cárceles,
dentro y fuera de tu cabeza.

Hiciste lo que tenías que hacer.
Correr, y seguir corriendo un poco más
hasta que los latidos del miedo y los de tu corazón
se unieron en redoble frenético
y desafiaron todo lo que creías real.

El cuervo sigue murmurando, «nunca más, nunca más»,
y tú, más que nunca,
querrías robarle las alas y echar a volar.