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Las palabras dejaron de tener sentido,
de tanto repetirlas.
De tanto pensar en una manera de decir lo mismo
y que sonara distinto.
Llegó el silencio.
Un silencio más real y más sonoro
que todos tus reproches.
Un silencio lleno de ansiedad e incertidumbre
(que también son palabras distintas para decir lo mismo).

Tu voluntad de hierro por contener los escombros
tenía algo de estoico.
Inquebrantable hasta la sordera.
Hasta que fuiste incapaz de oír mis gritos,
rogándote que te apartadas a un lado del camino.

Empieza la segunda parte.
El guión no ha cambiado.
Dices que soy yo quien tiene que reescribirlo,
que tú serás mi espectadora más fiel.
Pero olvidas que ya he escrito antes esta obra.
La escribí en tu piel,
y en este cuaderno lleno de garabatos que me regalaste.
En el tercer acto volvía el silencio.
Aquí, sobre el escenario,
y ahí abajo, en el patio de butacas,
donde sólo brilla una luz:
la salida de incendios.