Y lo volví a intentar,
y al principio funcionó.
Todos los sistemas preparados.
Preparados para el alunizaje
y la evacuación.
Esta luna era de sangre.
Nosotros, un simulacro.
Una idea aproximada de lo que necesitábamos.
Aunque, si he de ser sincero,
ya no necesito nada,
y tú buscas algo parecido a la salvación
orbitando alrededor de mis naufragios.
Cámaras de fotos profanando la oscuridad.
La marea roja presagiaba otra noche de arañazos
y arrebatos de furia contenida.
Te he dicho que aquí sólo estamos tú y yo.
Tú y yo,
y el ruido de la multitud.
No me toques, me advertiste.
No me toques, o será peor.
Pero luego insististe
y me clavaste las uñas en las mejillas,
y me mordiste los labios como si quisieras arrancarme
hasta la última molécula de vida.
Yo no moví ni un dedo para salvarte,
ni tuve que quitarte el sujetador.
Esta ira que nos hierve dentro
no permite otro traje que no sea la desnudez.
Cuando paraste en seco no me quejé.
Cuando poco a poco tu pulso se detuvo y todo fue sombra,
y sólo el estertor eléctrico de nuestra caverna
rompía el silencio,
supe, en ese mismo momento,
supe que me odiabas más que nunca.
Entonces me santigüé,
me encomendé a tu mala estrella,
y lo volví a intentar.