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Ya te has dado cuenta
de que no te puedo dejar ir.
Que no sé cómo hacerlo.
Que, con el tiempo,
guardaré tus cosas en una maleta
y la apartaré de mi vista.
Como todas las demás.

Pero seguirás aquí,
y yo seguiré diciéndote:
«No sé, chica. No sé».
Aunque lo sepa,
aunque sepa que dentro de esta maleta
no hay nada que se pueda recuperar.
Recuerdos condenados a orbitar
en el techo y las paredes
que, por cierto, necesitan una mano de pintura.
O quizá la demolición.

Ya has mostrado toda tu artillería.
Y la has disparado
contra una barricada de indiferencia.
Si supieras que cada noche,
durante la tregua,
busco y no encuentro explicación
para ninguna de mis decisiones,
sé que irías con todo al campo de batalla
con la esperanza de abrir una grieta en las defensas.
Y llevarme lejos.
A una playa. A una montaña.
Lejos de mí mismo.
Lejos, contigo.
Porque contigo, a solas, todo tenía todo el sentido.