No pienso en ti cada día.
No, no lo hago.
Pero cada día que pienso en ti
la duda me atraviesa como un cuchillo helado.
¿Será este el error que voy a lamentar toda mi vida?
Porque ahora que empiezo a cometer nuevos errores,
y que ninguno de ellos llega en forma de promesa,
sospecho que no sé lo que busco.
O aún peor,
que no lo sabré aunque lo tenga delante.
Confundiré miedo con distancia,
y de ahí al terror
y a la carrera frenética hacia la salida.
Dios no va a venir.
Tú, probablemente tampoco.
Toda la carne sabe igual.
Soy un autómata haciendo lo que no debería hacer.
Las articulaciones están oxidadas,
ya no puedo avanzar mucho más,
a no ser que despliegue las alas
o dé media vuelta.