Llegó una mañana diferente.
Salimos de aquella oscuridad
de la mano de un desconocido.
Y nadie supo decir cómo habíamos llegado hasta allí.
Así que seguimos andando,
muertos de hambre y sed, y de todo lo demás.
Pensé que ya no tenía edad para estas cosas.
Que el desconocido podía ser mi hijo
y que a ti no te podía descifrar.
No sé si buscábamos lo mismo
o sólo estábamos en el mismo sitio.
Yo tenía cuentas pendientes,
y deudas, y sangre en las manos.
En este bote salvavidas no había sitio para dos
y aun así te pedí que subieras.
Y que cruzaras los dedos,
porque daban temporal.