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Y detrás de aquella mirada
que me condenaba a muerte
vi el reflejo de la decepción
y de una tristeza más dolorosa
que el peor de mis presagios.

En ese momento todas las razones,
todos los motivos,
se hicieron muy pequeños.
Acerté a entender lo insignificante de mis temores.
Allí, ante un amor entregado sin condiciones
ni medida.

Cuando lo tuve todo preparado
para cavar otra tumba,
te vi llegar.
Más desnuda que cuando te fuiste,
más guapa que nunca.
Me quitaste la pala de la mano,
y me abrazaste
como si quisieras aplastar contra tu pecho
a todos mis demonios.
Arrebatármelos y, uno a uno,
convertirlos en besos.