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Nunca tengo lo que quiero.
Nunca peleo hasta el final.
Ahora lo sé.
Que es mejor rendirse antes de empezar
y así evitar el dolor insoportable del fracaso.

Y este otro dolor;
el vacío en la boca del estómago,
la desilusión permanente y constante,
es un abrazo cálido y familiar
en el ocaso de todos los inviernos.

Cuando digo que nada es suficiente,
«nada» es todo lo que se escapa
en un tren, en una carta, en un mensaje en el contestador.
Se va para no volver,
o para volver una y otra vez
a recordarme que lo dejé escapar.