En esta noche blanco
todas las preguntas empiezan igual.
¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué elijo volarlo todo por los aires?
¿Por qué no elijo quedarme en la orilla
de este mar en calma?
¿Por qué te abracé y, en el abrazo,
te clavé un cuchillo de dudas en la espalda?
Y lo hundí.
Y llegué hasta el centro de tu corazón.
Y con la punta escribí un «lo siento».
Tengo un reloj dentro de pecho
que nunca se detiene.
Sus manecillas son cruces,
y a la hora señalada, siempre,
llama a los demonios y a las brujas.
Y después del akelarre ya no hay marcha atrás.
Ya no hay nada más que un valle de caídos
por esta angustia inextirpable
que no sabe de amores ni de amigos.
Un «por qué» y un «lo siento»
son los únicos argumentos de esta historia.
Y lo siento,
porque a mí también me gustan los finales felices;
pero los demonios y las brujas me advierten, amenazantes,
de que eso no es posible.