Una mañana de fieras salvajes,
y un cielo amarillo y nuclear.
Por ahora estoy tranquilo
contando las grietas en la pared
de esta sala de espera.
Por ahora nada puede ir mejor,
pero hay demasiadas cosas que pueden ir peor.
Subo el volumen de la música.
Dejo que sean los pensamientos de otros
los que inunden mi cabeza.
Las penas de otros.
Las mentiras de otros.
Aunque no hay nada ni nadie más embustero
que mis propios pensamientos.
Sobre todo, si me hablan de ti,
o de un futuro a tu lado.
De juramentos.
De los «te quiero» que anuncian arrepentimiento.
Cuando llegue la calma
y mañana no sea víspera de nada,
te cogeré de la mano
y caminaremos juntos sobre arenas movedizas.
Marcando bien el paso
entre los tablones destartalados
de lo que en otro tiempo fue un barco llamado Naufragio.
Cuando no sea víspera de nada
no temeré arrepentirme.
No temeré decirte lo que nadie te ha dicho.
Lo que, de hecho, te has ganado
de tanto entregarte a ciegas y sin descanso.
Todavía no distingues entre lo que crees que mereces
y lo que cualquiera debería darte.
Cualquiera, incluso yo,
que una y otra vez me siento a esperarte
en este trono que bauticé como Desastre.