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No hay flores sobre la tumba del último invierno.
Nadie viene a presentar sus respetos
ante el arco de piedra de nuestro mausoleo.
Tú y yo seguimos ahí dentro.
Incorruptos.
Tan perfectos en la muerte anunciada
como en todas aquellas horas
de pura vida desperdiciada.

«Algún día nos reiremos de esto»,
dices, mientras lavas tu sudario.
Yo busco entre los osarios
el anillo de viento que me regalaste.

Pero mi memoria no tiene sentido del humor.
Si algo termina
no puede acabar bien,
aunque terminar sea lo mejor.

Intento enseñar al corazón
a latir sin sentimiento.
A fingir que estoy sintiendo.
Ensayo esta sonrisa deslumbrante
que será el traje de gala del próximo invierno.