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No he pegado ojo en un millón de años.
Y no me sobra el tiempo
para contarte todo por lo que he pasado.
Aunque sepa que nada puede impresionarte;
que tú y yo nunca nos quedamos con las ganas.
Nunca pasamos hambre,
y el frío era la coartada perfecta
para dejar en ascuas a la madrugada.
Me pregunto si alguna vez piensas en mí,
y si en tu pensamiento te sirvo de cobijo,
o de consuelo.
Te preguntas por qué hice lo que hice,
por qué me perdí en el intento
y utilicé el incendio de un sueño
como la peor excusa.
Me descubro en tu generosidad,
y tu sonrisa es un as en la manga
que malgasté en la partida equivocada.
Y se disolvió, como tus lágrimas, en lo más profundo del mar.
Ahora que hace demasiado tiempo de todo,
te propongo un trato:
Yo me sumergiré en busca de tu sonrisa
y tú esperarás al borde del acantilado
con una urna para mis cenizas.