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Una nueva mañana,
aquí, al borde de todos los inviernos,
esperando que el día se haga más corto
y el dolor más llevadero.
Temblando,
como el niño que grita aquí dentro.
Que empieza a estar muy cansado
de volver a casa
y aun en casa sentirse indefenso.

Lo he vuelto a hacer.
Me he vuelto a echar atrás
cuando todo estaba dispuesto para el gran salto.
Cuando todos habían apostado hasta el último aliento
de sus carteras de cuero.
Ahora son sólo piel muerta.
En la basura, los boletos de una mala apuesta.

No tengo madera de equilibrista,
aunque viva entre el suelo y el cielo.
Sin querer caminar. Sin saber volar.
Lastrado por el peso de un secreto a voces.

Un 9 de rompecorazones en la manga.
El comodín del cobarde
que quiere reconstruir la habitación
que él mismo destruyó
en una noche de honestidad asesina.

Pero ya lo he dicho;
no hay marcha atrás.
No todo puede arreglarse.
Nada escapa a la sísmica del pánico.
Ni la luna llena, ni las olas gigantes.
Ni el abrazo de consolación,
ni las lágrimas que pretenden robar la escena
a su legítima dueña.

Una nueva mañana
es la única salida.