Una hoja en blanco exige una confesión.
O una disculpa
por no estar a la altura del rebaño,
por no ser el lobo
y ahuyentar lo que sé que sólo respira
en el palacio en ruinas de mi imaginación.
Por cada decisión que no tomo
una sonrisa se escapa
para no volver.
Y siempre encuentro un motivo convicente
para dejar de sonreír.
Un discurso perfecto.
O un subterfugio alojado entre la verdad
y la realidad.
Sé que tu mundo se desmorona.
Sé cómo evitarlo,
y sin embargo prefiero que nos unamos
en la fragilidad.
Cogernos de la mano. Caminar.
Marcar bien el paso
bajo los focos de un teatro
sin butacas ni escenario.