De pie,
en la salida de un callejón sin entrada.
La incómoda sensación de que todo lo que existe
está detrás de mí.
Una amenaza silenciosa.
Una broma que se me fue de las manos,
y ahora sólo puedo pedir perdón.
El paraíso del sosiego tiene puertas invisibles.
Todas las llaves están en mis bolsillos,
y toda la ceguera, y algunas cartas.
Cada vez que confundo placer con deber
se cierra una de las puertas.
La próxima vez será distinto.
O al menos eso es lo que me digo.
Desaprender lo que, a fuerza de insistir,
se ha convertido en mi sustento.
Lo que no te mata te debilita.
Lo que no esperaba
llega disfrazado de costumbre.
Abrazo a desconocidos necesitados de cariño.
Pero prometí serle fiel a Soledad,
y ella hizo lo mismo.
Y sus amigas, Dolores y Tormento,
me miran con deseo.
Con el deseo gélido de un adicto.
Me dejo tentar por la promesa de otro callejón.
Uno sin salida.
Necesito saber cómo he llegado aquí.
A este horizonte de sucesos
donde todo sucede al mismo tiempo.
Todo lo que fui y todo lo que soy;
donde estuve y de donde salí corriendo.
Acepto las reglas del agujero negro;
del silencio y de la oscuridad.
Una mano de póker
con Soledad, Dolores y Tormento.
Una mano de póker al descubierto.
En otra mesa
Dios se juega a los dados su licencia de carnicero.
Aquí, sin tiempo, sin espacio,
las manos son infinitas
y lo único que no vale dinero
es la llave que abre la puerta de salida.