Las cimas no son tan altas
y el precipicio…
El precipicio tiene escalera.
Los bajos, los altos, los saltos.
Saltos al vacío confortable de un colchón sin mi nombre.
Y vuelta a empezar.
Quizás me guste el altibajo.
Quizá sea mi hábitat natural
-ecos de la cumbre,
ecos del fondo-,
quizá quiera entender
lo que una mentira esconde.
Pero no te voy a pedir que te amarres a mi cuerpo.
Podrías hacerte daño.
Podría hacerte daño.
Sigue, sigue planeando a cierta altura.
Sigue, sigue planeando la ilusión de tu futuro.
En esta montaña rusa no hay vagones para dos.
Pero puedes sentarte en el siguiente.
O en el de ahí delante,
y reírte de estas soledades compartidas.
No te vayas muy lejos.
Nunca quise no tenerte cerca.
Aunque ahora preferiría que no me vieras
y yo poder verte.
En tu pliego de condiciones,
un descanso de las noches en calma
que anunciaban tormenta.
Yo no tengo descanso,
pero quiero que tú sí lo tengas.
Fue un invierno cruel
que envolvió el sol en hielo
con la firme intención de separarnos.
«Así está bien», dijiste.
Así está bien.
Late el corazón y las palabras laten dentro.
Y ya no es invierno.
Y ahora el único hielo que vemos
es el que palia este verano-infierno.
Ya no te llamo desde un lugar llamado dolor
ni tú me esperas en la casa encendida de ira.
No hay un somos, hay un veremos.
No tenemos nada en común,
más que el recuerdo de un seremos.