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Creo que ya lo sabías.
Creo que sabes que mañana
sólo pensaré en huir.

No hay monstruo más voraz que el miedo al miedo
y, pasado un tiempo,
es el cansancio lo que me hace claudicar.

Pero a ti no puedo decirte que no entiendes nada.
Contigo no puedo jugar la carta de la anomalía
y utilizarla de salvoconducto
para arrastrarme de vuelta a mis dominios.

Aún no he dicho que no vaya a quedarme.
Aún te echo de menos cuando la cama se estrecha
y la aniquilación de todo lo que quiero
es mi única compañera.

Hemos luchado en tantas batallas
que ya deberíamos estar muertos
o recostados en el suelo de algún sótano
en la más pura oscuridad.
Pero no es así.
Pero no ha sido así.
En toco caso, somos cadáveres exquisitos e insaciables;
quizás vampiros.

Sé que tú deseas quedarte en esta orilla.
Construir aquí algo parecido a la felicidad.
Pero mi corazón todavía late demasiado deprisa
y aquí adentro hay una voz que me susurra
que esto no es suficiente.
Que esta orilla es otra cárcel — otra más—
y que, como todo prisionero,
mi única misión es y será siempre escapar.