He soñado que quería matar
a quien te había hecho daño.
A quien te hiciera daño.
Te he visto llorar y no lo soportaba.
Quise abrazarte;
que te fundieras con mi piel
y que mi piel fuera tu armadura y tu abrigo.
No me ha sorprendido esa ira asesina.
Ahora sé cuál es mi misión aquí.
Tengo el encargo, divino o no, de protegerte.
(Como sé que tú lo harías por mí).
No hay nada más triste que un «no me olvides»,
ni nada que me alimente tanto como un «quiero verte».
Todo lo que fui tendré que ir olvidándolo.
Todo eso que aún, a veces, crees ver en mi mirada
o en mi sombra.
Todo tendrá que morir a un lado del camino.
Seguiré escribiendo versos vanidosos.
Seguiré brillando en la más pura oscuridad.
Pero no soltaré tu mano.
Mi ancla, mi brújula;
las luces de la pista de aterrizaje.
Volar es un placer solitario,
y hace tanto frío allí arriba.
Las nubes no son de algodón
y no me entiendo con los pájaros.
Quiero quedarme aquí, pegado al suelo.
Por favor, no me sueltes de la mano.