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No hay sueño.
No hay sueños.
Estoy tan despierto que todo podría empezar de nuevo
y de nuevo echarte de menos.

Es como la droga que no me atrevo a probar.
Demasiado buena. Demasiado pura.
Y todo volvería a empezar
y otra vez despertaría aquí,
y la ansiedad llegaría antes que el recuerdo.

Soy como un niño con los ojos vendados
golpeando una piñata de corazones.
Todos ven la sangre. Todos menos yo.
Yo sólo siento la humedad,
la cálida humedad,
y el sabor metálicometálico en los labios.

No estás aquí.
Enrique, no estás aquí.
Quizá tienes cosas más importantes que hacer
que mirarla a los ojos mientras duerme
y preguntarte si será feliz,
si te habrá olvidado,
si querrá que estés aquí al amanecer.

Dime, ¿qué sacrificios has hecho?
¿A qué has renunciado? ¿A quién?
Y esto no va a parar hasta que lo entiendas.
Hasta que entiendas que no puedes ganar a tu manera.
A tu manera, no.

Ya se está despertando.
Ya puedes dejar de escribir.
La realidad es un cuchillo en el pecho,
y hay belleza, y hay dolor,
y la sospecha de que alguien te observa.
Ahí, está ahí mismo.
Detrás de esa puerta.