Que recuerde, nunca quise crecer.
O quizás sí, sólo un poco.
Aunque, que recuerde, nunca quise no crecer.
Ana dice que ella no quería hacerse mayor.
Se negaba.
Con todas sus fuerzas.
No, no y no.
Y de tanto desearlo
ganó billetes de ida y vuelta a Nuncajamás.
Pero nunca nos vemos allí.
Y nunca veo al resto de los niños.
Yo soy Peter Pan en el exilio;
perseguido por la sombra de un garfio
y la desagradable y punzante sensación
de persistir en el error.
Ana no alcanza a comprender
qué sucede dentro de esta cabeza.
Y me lo dice.
Regla número uno para poder volver a Nunajamás:
«Las cosas no son tan complicadas».
Hace tiempo que dejé de intentar volar.
En la ciudad es muy peligroso,
está prohibido.
Y eso me pone triste,
porque ahora mismo daría la vida que me queda
por sobrevolar Nuncajamás.
Y ver allí abajo a Ana
en la colina de las flores inmortales,
inventándose cuentos para los niños.
Y bajar. Y sentarme con los demás a escucharla.
Y a lo mejor caigo dormido entre las flores,
pero no será de aburrimiento, ni de cansancio.
El sueño me envolverá como mi manta favorita,
y la voz de Ana, y el murmullo de los niños,
y el perfume de la única libertad que he conocido.
Y no me queráis despertar.
No, durante un tiempo.
Dejadme allí.
Dejad que me convierta en murmullo,
y en una flor de colores que no sé nombrar,
y en abeja inofensiva.
Cuando sea hora de irse,
Ana me esconderá en su baúl mágico
y me traerá de vuelta,
y me regalará un billete de ida
por si otra vez tengo sueño
y quiero dormir un rato en la colina de las flores inmortales.