Me adentro casi desnudo
en este mar cristalino de febrero.
Me digo: «Tengo que hacerlo».
Y aunque las olas queman
como mil agujas de hielo,
me disfrazo de faquir
para que veas que nada me da miedo.
Y es cierto.
No es esto lo que da más miedo.
La sal, el viento, la arena,
no pueden hacerme daño.
Por eso estoy aquí,
de pie, frente a los elementos,
en vez de sentarme a esperar
el veredicto de tus párpados.