Una pelea de gallos
que no viven en el mismo corral.
Una contienda entre hermanos
que nacieron separados
y viven aferrados a la memoria selectiva.
La que subraya en rojo cada agravio
y pasa como un tornado
sobre los días de gloria.
No sé qué nos faltó o qué nos sobró,
pero lo vivimos todo con tal intensidad
que no quedan rincones donde encontrarnos.
Lo que no te cuento
es aquello por lo que no pude quedarme,
y lo que te he contado
son reflejos de un amor invulnerable
y a la vez cruel e infame.
Nuestra caja de truenos no tiene tapa.
Al principio, ese era su encanto.
Ahora sabemos que no hay cuerpo
que soporte tanto ruido.
Que a la tormenta debe seguirle la calma.
Tu calma y la mía.
Lugares distintos.
La borrasca perpetua no es armonía.
Es una sinfonía de errores y contradicciones.
De nubes que chocan con violencia
y relámpagos que despiertan a los dioses.
No somos dioses.
Ni siquiera héroes de ficción.
Después de un siglo sin dormir,
contando resplandores,
el mejor regalo sería perder la consciencia.
La única salida; la retirada a destiempo.
Salvar lo que quede en pie
y salir corriendo.