“Papá, ¿cómo conociste a mamá?”.

Pedro, de espaldas a la pequeña Hermione, detuvo en seco su frenética preparación de una docena de piezas de sushi vegetal y levantó la cabeza. Miraba al infinito, esbozando una sonrisa melancólica, como quien acaba de recibir un chute de nostalgia –de feliz nostalgia- al recordar la primera vez que se encontraron el Tito y el Piraña. Se giró, miró a Hermione y ofreciéndole su mano la invitó a que le acompañara.

“Ven aquí, mi niña, vamos al salón”.

Allí, en el salón, Pedro se sentó en el sofá retro-futurista, con Hermione a su lado, e inició el relato:

“Es una historia muy bonita, Hermi. Ya verás”. La niña apretaba los dientes de la emoción.

“Mamá y yo nos conocimos en una página de internet donde se conocen los papás y las mamás”.

“¿Qué es internet, papi?”, interrumpió Hermione mientras se enfrentaba a un moco rebelde.

“Ah, internet… Internet era como la versión antigua del iBrain, el aparatito que llevas dentro de la cabeza”.

“Ahhhmmm…”. Hermione no comprendió del todo el concepto, pero dejó a Pedro continuar.

“Sí. Te apuntabas en la página, ponías una foto tuya y les decías cómo era la chica de tus sueños. Al rato ellos te mandaban muchas fotos de chicas de tus sueños que también querían encontrar al chico de sus sueños. Como en aquella holo-peli que vimos de Blancanieves, ¿te acuerdas?”.

“¡¡Si, si, si, si!! ¡Blancanieves y las siete personitas de estatura reducida! ¡Me gustó mucho, papi! ¿Mamá era tan guapa como Blancanieves?”.

“Mamá era la más guapa de todas. Cuando la vi entre todas aquellas fotos ya supe que teníamos que estar juntos para siempre. Le envié un emoticono con forma de corazón y ella me respondió algo muy bonito; me dijo: ‘Hola Pedro, parece que somos un 92% compatibles’. Después de eso llegamos a conocernos bien y a los dos días hablamos de tener nuestra primera cita”.

“¿Ya erais novios, papi?”.

“Yo así lo sentía, sí. Pero teníamos que vernos. Y cuando la vi aparecer por la puerta de la ostería-librería…”.

“¿Librería de libros, papá?”.

“Sí, con muchos libros”.

Hermione estalló en una carcajada.

“¡Qué sitio tan viejo tenía que ser!”.

“Es que papá ya es mayor, corazón… Bueno, ¿quieres que siga o no?”.

“Sí, sí, sí…”.

“Pues cuando la vi aparecer ya sí que tuve claro que era quien estaba buscando. Estaba tan graciosa tecleando en su iPhone, le quedaba tan bien aquel modelo Homeless Edition de Kara…”.

“¡Kara! ¡Como el uniforme del cole, papá!”.

“¿Ves? ¡Y al principio no te gustaba!”.

“Ya… Es que era muy feúcho. Lo que pasa es que no sabía que era de Kara”.

“¿De quién iba a ser?… ¿Pero me dejas seguir o no?”.

“Sí, papi, sigue…”.

“Vale… Pues resulta que lo que estaba tecleando en su iPhone era un mensaje para mí. Mira, mira, todavía lo guardo.”

Pedro encendió la tableta gráfica de su iBrain y buscó afanosamente entre viejos archivos. Cuando dio con lo que buscaba le mostró a Hermione ese mensaje que había ido pasando de smarthphone en smartphone desde los días en que Steve Jobs aún caminaba entre los humanos. “sty ntrndo x la prta  XXX”. Hermione casi arrancó de las manos de Pedro la tableta y de nuevo su rostro reflejó, entre sorprendido y pícaro, el descubrimiento de un elemento arcaico.

“Cuántas palabras escribíais antes, papi”.

“Eran otros tiempos. Fíjate en la fecha, hace casi siete años. En siete años cambia todo muchísimo. Imagínate, ¡no teníamos iBrains!”.

Hermione se reía.

“Pues pasamos una tarde genial, nos mandábamos mensajes de broma por el móvil todo el rato. Casi nos tienen que echar, porque si no nos habríamos quedado allí días y días. Al salir, ella me preguntó si quería que fuéramos a su loft”.

“¿A casa de los abus?”.

“Nooo… Mamá vivía sola desde que cumplió los 38. Ya llevaba tres años viviendo sola”.

“¿Y os fuisteis a hacer cosas de papás y mamás?”.

“No seas cotilla. Fuimos a su loft y ya está”.

“¡Cosas de papás y mamás! ¡Cosas de papás y mamás!”.

Hermione se partía de la risa.

“Qué tontorroncilla eres… Venga, vale, cosas de papás y mamás”. Pedro se sonrojó. “Es que en nuestros tiempos los niños no sabíamos mucho de estas cosas”.

“¿De intercambio pene-vaginal?”.

“Sí, eso”.

“Pero si viene en el primer e-book que dan en el cole. En el ‘setu’”.

“Nosotros no teníamos que leer el ‘Se tú mismo, como todos los demás’”.

“Pues vaya… Bueno, ¿y ya me tuvisteis a mí?”.

“No. Todavía estuvimos saliendo por lo menos dos semanas más antes de vivir juntos. Mamá quería asegurarse de que nos llevábamos bien, pero ya te he dicho que yo lo supe desde que la vi. Y cuando nos fuimos a vivir juntos ya te tuvimos a ti”.

“¡Cuéntame otra vez lo del día que nací!”.

“¿Otra vez? Te lo hemos contado cien veces, Hermi…”.

“¡Otra vez!”, exigió Hermione, poco dispuesta a aceptar un no por respuesta.

“Vale, pero la versión corta”.

Hermione aplaudió excitada, con las palmas de las manos bien abiertas.

“A ver… Mamá y yo ya sabes que somos veganos del arco iris…”.

Pedro interrumpió súbitamente el relato y comenzó a otear la habitación en busca de algo. Hermione le miraba desconcertada.

“¿Qué buscas, papi?”.

“Ahí está, creo…”, dijo.

Se levantó, se acercó al viejo jukebox transformado en buró y volvió al sofá con un pequeño libro en la mano.

“Mira, este es el Libro de los Veganos del Arco Iris. Está hecho con papel de algas y encuadernado a mano por unos niños filipinos que reciben un sueldo justo”.

“¿Niños que trabajan?”.

“Sí. En algunos sitios trabajan, pero hay quien no les paga nada a los pobrecitos”.

Hermione hojeó el Libro de los Veganos del Arco Iris sin mucho interés.

“Pero yo quiero que me cuentes la historia de cuando yo nací…”.

“Ya lo sé…”. Pedro tomó de nuevo el libro, buscó un capítulo concreto y se lo devolvió a Hermione. “Mira”.

La pequeña leyó en voz alta el encabezado del capítulo.

“El na cer ve ga no”. Volvió a mirar a su padre con cara de no entender nada.

“El nacer vegano”, prosiguió Pedro, “explica que los niños y las niñas tienen que nacer en el campo, a la orilla de un río, para que nada más llegar al mundo entren en contacto con la naturaleza y el agua del río les purifique. Por eso naciste en el Manzanares”.

“¿Y luego fue lo del hospital, papi?”.

“Bueno, en realidad los veganos del arco iris estamos en contra de los hospitales y de los médicos, pero lo que pasó fue que, como naciste en febrero, el Manzanares bajaba muy fuerte y muy frío. Cuando saliste de la tripa de mamá y yo te puse en el agua te me resbalaste de las manos. Te encontramos cien metros más abajo, pegada a un tronco. Vaya susto que nos diste. Y entonces fuimos al hospital, porque estabas heladita y no reaccionabas”.

“¿Y en el hospital sí reaccioné?”.

“Sí, porque tienen productos químicos para eso. Seguro que no son buenos para el organismo, pero mamá y yo no sabíamos qué hacer, así que aunque no queríamos que estuvieras en un hospital pues te llevamos”.

“¡Qué aventura, papá!”.

“Naciste aventurera, sí”.

“¿Y luego fue cuando mamá y tú os fuisteis tres años al campamento y yo me quedé con los abus?”.

Hermione se sabía la historia mejor que el propio Pedro.

“Sí, al campamento…”, confirmó Pedro en un tono poco convincente.

“Yo no me quiero ir a ese campamento nunca, papi. No me gusta la cabaña que sale en la foto de mamá, de cuando estuvisteis allí. Se parecía al garaje de los abus”.

“Tú no vas a tener que ir, no te preocupes”.

En ese momento Pedro miró el reloj y, extrañado, preguntó a Hermione,

“¿Mamá no te ha dicho adónde iba?”.

“Estaba haciendo algo con el tablet del iBrain, alguien la llamó y dijo que iba a bajar a por cup-cakes”.

“¿Salió a por cup-cakes? ¿Hace cuatro horas?”.

Hermione asintió, indiferente. Pedro se puso en pie y se acercó de nuevo al buró con tripas de jukebox. Allí estaba el tablet de Olivia. Se debatió entre encenderlo o no; el credo de los veganos del arco iris predica la confianza ciega en el compañero o compañera. Como dijo el sacerdote laico en su ceremonia de unión civil cósmica, “lo que la naturaleza ha unido, que no lo separe el hombre o la mujer”. Pero cuatro horas fuera de casa, sin avisar, eso era impropio de la equilibrada y ordenada Olivia. Pedro cedió a la tentación y pulsó el botón de encendido. Ante sus ojos se desplegó la página que tan bien conocía de siete años atrás, con un mensaje: “Hola Olivia, el equipo de Meeting te informa de que Eduardo y tú sois 100% compatibles”. Pedro sintió que las piernas le fallaban; sólo sus manos, apoyadas en el buró, impidieron que perdiera la verticalidad. Olivia había salido a por cup-cakes y ya no iba a volver.